Esas miradas que dicen tanto
"i am the dry meat that fills the mouth/i am
Subterráneo, 18:45 aprox. Hora pico si las hay: atiborrado de gente. Se cruza el tren que va a Catedral con el que viene. Encuentro una islita para pararme, mirando hacia las vías. Me dispongo al viaje mecánico, sumergida en Alaska. Sin embargo, quedo trabada en la mirada de ese chico, joven, castaño, que tiene la expresión fija en mi cara, o en mis pupilas. Nos miramos, ¿cuánto?, quince segundos, no más; él sonríe, como con resignación, no sé por qué (¿cómo habría de saberlo?), y la sonrisa que tira a la derecha se le pierde en la comisura de los labios, aunque es completamente perceptible. Casi sin darme cuenta, me encojo de hombros, y hago una mueca sutil, quizás de resignación, también, mientras sostengo la mirada: ahora no podría precisarlo, porque lo único que recuerdo, como grabados en la retina, son los ojos esos que me escrutaban, fijo, sostenido, con curiosidad, compasión, vaya a saber una con qué. Y arrancan los trenes y finalmente cortan el hilo invisible. Yo, claro, llevo la sonrisa resignada, sin bajar la vista de donde la había posado, como por fuerza de un magnetismo, esos segundos eternos, hasta la estación en la que me bajo. Quién sabe dónde se ha bajado él, o qué ha pensado de mi mirada o durante cuánto tiempo.
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¿Por qué no nos miramos así, my dear you, antes de que se precipitara este ahora?...