lat. recordāri
"[Y]o no tengo derecho a pronunciar ese verbo
sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho
y ese hombre ha muerto (...)".
J. L. Borges, "Funes el memorioso"
Sigo con esto del tiempo. Todo parece recordarme el tiempo que pasó o aquel que vendrá ahorita nomás y que ya estoy planificando (casi como si me diera pavor que transcurriera sin dejar rastros). Además, últimamente estuve rememorando más de la cuenta –extraño; mis recuerdos no suelen perdurar demasiado–: de aquella vez en que mi prima, la otra imagen que me devuelve un espejo imaginario, que acaba de cumplir esos problemáticos quince años, lloraba tanto detrás del chupete un día gris de mi propio cumpleaños que me aguó el paseo especial en mi homenaje; de los autitos piluqui de mi hermano, de cuánto adoraba sus combinaciones chillonas de colores y que mi hermano me los prestara con semejante desinterés cuando jugábamos a la ciudad, copando el comedor; de Chernobyl y Atucha; de Prometeo, de Sísifo, de las Parcas; de los pasillos recónditos del Lenguas a los que volveré este año (si las palabras no me traicionan ese día decisivo), donde todo tiene color invernal y exhuma secretos ya añejos; de cuánto habré querido, de aquí a unos cuantos años, haber hecho cosas que no hice. Y viceversa.