26.11.05

Adolecer de otras compañías





"Siempre llega mi mano/más tarde
que otra mano que se mezcla a la mía/
y forman una mano."
Oliverio Girondo, "Dicotomía incruenta"


Llego puntual, muy a pesar del motor rezongón del 39, y prepararse ya para saludos en la puerta. ¿Tengo que sacarme los auriculares? Con lo que me gusta la Bailiff… Pero está bien acompañado en el bolso, claro que sí. —¡Hola, Sergio! No te había visto… ¡¿Vos sos Isadora?! ¡Jamás te hubiera reconocido por la foto! Hola, Marcela. Tenía la secreta esperanza de que no vinieras. —Entramos en bulliciosa troupe. Mi humor se esforzaba por parecer afable, cosa que cuesta, oh, cómo cuesta, los viernes a la tarde. Que no esté lleno de gente, por favor. Ya ha llegado una cantidad considerable de nombres: algunos algo más familiares que otros; otros, casi completamente desconocidos. Tras la ronda obligada de besos, me siento. Justo al lado mío tenías que sentarte… Entablo conversación (también obligada, vaya) con la que vino y yo hubiera preferido que no viniera. La que hubiera preferido, más aun, que encontrara otra ubicación. Esta apatía hacia la socialización forzada. Hablamos de su título reciente, de su PH, de su DVD y su televisor y su mesa giratoria para el DVD y el televisor. Poné cara de nada, Guillermina, pero no la dejes con la palabra en la boca, que la que se incomoda sos vos, al fin y al cabo. "Hablamos", claro, es una forma de decir. Conversación, lo que no prospera. Y el español que me acusa. Como para no. Y no, todavía no, esperá un poquito más, que está bien, ahí en el bolso, con la Bailiff. De pronto llega otro nombre: me rescata sin saberlo. Se dan un beso, yo también saludo. Y hasta aquí llego. Exeunt Guillermina y su voluntad. Qué bien. No me enojo si “hablás” con ella, para nada. Alguien me espera y yo que no puedo esperar. —Imaginate, retórica de la ciencia, escritura en las disciplinas, técnicas de... Bla, bla, bla... Al cabo de cinco, siete minutos, sigo sentada ahí, mirando alternadamente el reloj y la ventana, los auriculares y las caras; el ruido de voces y risotadas va in crescendo. Hace calor. Estiro las piernas, el pensamiento se me escapa con constancia envidiable hacia el contenido del bolso; cuánto más a gusto estaría si al menos… Las prohibiciones a veces son autoimpuestas. Pero, ¿siempre tienen sentido? Esto tenía que empezar a las 15. No, no puedo esperar más. En un acto solapado de enunciación de principios, meto la mano en el bolso, saco el libro y lo abro donde había dejado el señalador. "Apeado, me abracé con inseguridad a mi pequeña maleta de cartón liada con cuerdas. El tren resopló y de un empellón se perdió en la curva ...". Ustedes sigan hablando. Hagan como si no estuviera.