26.8.05

Cruce





"A él nadie lo esperaba hacia atrás ni hacia adelante."
Héctor Tizón,
Extraño y pálido fulgor


Esa ruta siempre había sido polvorienta, y así la recordaba –¿o la había imaginado?– de la adolescencia. Ella llegaba aquel día, cargando la valija añeja, a la intersección con el camino de ripio, donde las obras anunciadas en vistosos carteles de chapa habían sabido dejar una marisma de arena, restos rotos y montículos de tierra inutilizable que ahora daba al paisaje cierto aire desértico de abandono: sutil, atrayente, de melancolía sosegada. Iba decidida a esperar, desparramada sobre los trastos –que diríanse tremendamente particulares, porque además de valija arrastraba consigo los surcos informes de aquello que había visto atropellarla–, la camioneta anaranjada, brillosa, que la llevaría a algún pueblo vecino, o adonde el volante quisiera.

Eran cerca de las seis y media de la tarde, hora en que el día se torna impresionista. En el límite con el horizonte, ahí donde se confunden en espejismo calor, pavimento y agua, y la ruta se tuerce y emerge de la hondura, titilaban dos faros que hacían juego de luces.