Suspensivamente
¿Qué misteriosa reacción química o interacción de fuerzas físicas o conjunción de factores provocará aquello que, en ciertas ocasiones privilegiadas –porque las hay desventuradas, cómicas, impensadas, pero las privilegiadas son esas que hacen de uno... a falta de mejor definición, una criatura privilegiada, que no podría ser más que una grosera redundancia, valga ella–, hace que sintamos subir desde la punta de los dedos de los pies o, tal vez, dependiendo del ente, caso o instante, los tobillos o incluso, aunque menos probablemente, los talones –y digo menos probablemente porque quizás en ese preciso momento las pobres extremidades estén tratando de sostener, con dudoso éxito, el resto del andamiaje, sacudido–, cual torbellino irrefrenable, irrespetuoso de todo cuanto podría –o no– importar entonces, allí, nunca más, esa especie de optimismo irreal, inventado, extranjero, confeccionado a medida, que tiene el mágico poder (¿acaso habrá poderes que no lo son?, se preguntaría alguna vez) de convertir el cúmulo grisáceo de una jornada completa, de fin a principio, de revés a derecho, en una burbuja efímera, exquisita e inevitablemente brillante –a la vez sobrecogedora–, de bienestar?